Hubo un tiempo en que extendíamos los frutos
en la estera de las azoteas como si todavía fuese
posible añadir a la tarde otra luz
que la tarde con exasperación buscaba
en sus frases de verano. Los niños
corrían por los bordes de las acequias,
se sumergían en la alberca o se levantaban en
equilibrio en las cordilleras distantes. Entonces, las mujeres
se alzaban de sus sillas de esparto y venían
también ellas al patio, deslumbradas, a mirar las
llamaradas inmensas y a ocultar con el pañuelo
en la cara las lágrimas de una nostalgia sin nombre.
[Poema de José Carlos Barros; tradução de Manuel Moya]